Nacida de la larga fila del hambre,
sólo para oír amanecer
al sonido
de los perfilados pájaros metálicos
que sembraban los cielos de temor,
que arrancaron a su padre el corazón
y les obligó a una despedida
de triste pan
escondida
bajo las tiras
de su enfermo colchón.
Herida
por la servidumbre de género
desde una infancia
marcada
por la esclavitud
a cambio de un plato
y nada más,
por la explotación del esfuerzo,
por el secuestro del habla,
por la perdida ausencia
de la propia alma.
Huida hacia otra tierra,
extraña,
hundida en la infinita dependencia
de las vidas que eran más altas,
que superaban
su común y mortal desesperanza
para ordenarle cada jornada.
Prendida
por las cartas del amor
que fueron toda una vida
de generosa paciencia,
de exagerada complacencia
ausente de la más mínima rebeldía, sólo inquieta.
Aturdida
por los rápidos reflejos
de una permanente estación
que la impulsaba
hacia una asumida certeza.
Protagonista
de mil vidas
que en sus recuerdos no cesan,
que ahora acumula
en esencias
para construir su belleza.
Siempre mía,
siempre madre,
siempre entrega.