Manu Guinarte de la web de RTVE
Alma herida,
tocada por la fuerza del blues.
Su triste vida se resistió
a los dos dólares;
dijo no.
Dijo “no soy buena”.
Dijo “no pude hacer
nada bien”.
Una madre, a la que no culpó
del hambre en negro
ni del lamento de color,
ignoraba que tomó
la única salida
y vendió
su dulce oscura piel.
Lucha incansable
ante el continuo dolor
golpeado por un “no eres nadie
y nunca lo serás”,
respondido por un “no voy a caer
porque no hay lugar para mí
ahí abajo”.
La dama canta el blues
tratando de que se escuche
su “hay algo que nunca tuve”,
cuando el amor incondicional
cruza las paredes del club
y la garganta suplica
“toma todo de mí”.
“Quiere que el mundo
sepa lo que canta”,
pero los barrotes de su cárcel
la empujan a olvidar sus palabras,
sus recuerdos.
Cuando la muerte cuelga
de los árboles sureños
como extraños frutos
y navega por la sangre
de sus hojas y sus raíces,
va calando también en su cuerpo
para escuchar como le canta
“deja de perseguirme”,
“no sé como despistarte”,
“me acostumbré a ti”.
Cayó,
pero hacia las estrellas,
mientras decía
que “lo peor de estar lejos
es que te olvidas
como son las personas.”
Tan alto subió,
que nunca se le olvidó.