Como indico en la cabecera de esta página, mis recuerdos no van a ser sólo para personas queridas, sino también para personajes ficticios. En el próximo poema, desde vivencias propias traslado los sentimientos y deseos a los personajes de "El corazón helado", novela de Almudena Grandes. En ella, la autora dibuja magistralmente las vivencias de varias generaciones de españoles a lo largo del siglo XX.
Pero antes de escribir los versos que intentan colorear el amor, los sentimientos y el dilema de Álvaro y Raquel, protagonistas de la novela, quisiera recoger aquí unos párrafos que me han conmovido. Aquellas personas que tras leer estas líneas aún sigan poniendo "peros" a la memoria histórica (incluida la ley) es que o son insensibles a los sentimientos de los demás, o no valoran la suerte de no haberse encontrado en una situación semejante.
Esperando que ninguno tengamos que vivir nada parecido, os ruego unos momentos de reflexión que nos conduzcan a poner de nuestra parte todo lo posible para que algo así no se vuelva a vivir.
Ignacio y Raquel visitan en 1964 a su tía en Madrid, durante su viaje de fin de estudios. Son nietos e hijos de exiliados republicanos en Francia. Casilda les cuenta que tras la guerra civil y el fusilamiento de su marido (matrimonio civil) ...
"Yo no pude vestirme de luto cuando volví a Madrid. En mi barrio me conocía todo el mundo y yo... Fui una cobarde, no me atreví. El segundo día que salí a la calle vestida de negro, un policía que vivía en la casa de al lado me llevó a una comisaría y me preguntó cómo podía yo saber por quién llevaba luto, si era una puta que iba desnuda debajo del mono y me acostaba con cualquiera y luego... ¡bah!, para que os voy a contar lo que me dijeron luego. Yo no podía ir vestida de negro, ¿comprendéis?, nosotras no, sólo ellas, sus viudas. Y yo, con lo fiera que había sido siempre, con lo fiera que era sólo unos meses antes, fui una cobarde, una cobarde y no me atreví..."
Cuando la consuelan diciéndole que eso no importa, que el luto no significa nada, contesta:
"Sí, sí que importa. A mí me importaba. Pero yo también tenía mucho miedo, y un crío recién nacido, así que... Por eso, ahora me visto de luto, a escondidas, sí, pero sólo para no tener un disgusto con mi marido. Me llevo la ropa al trabajo y me cambio antes de salir. Mi hijo lo sabe y dice que estoy loca, pero a mí me da igual. Yo me visto de negro, me compro un ramo de flores bien grande, con lo poco que gano, pero me lo compro, y a la hora de comer, me voy al cementerio, dejo las flores en la tapia y me estoy allí un rato, hasta que me echan, porque antes o después viene un guardia a echarme, circule, señora, circule... Eso dice, y sé que las flores no duran nada, que se las llevan ellos. Se las regalarán a sus mujeres, me imagino, a sus novias, pero a mí me da igual. Yo sigo comprando flores, para que se jodan, y las sigo dejando en la pared donde lo fusilaron, para que se jodan, y me sigo vistiendo de negro para que se jodan, para que se jodan, para que se jodan... Una vez, hace ya casi diez años, vi un nombre escrito en la tapia, con tiza, Victoriano López Aguilera. Eso tampoco se me olvida, no sé quién fue ese hombre, pero jamás se me olvidará cómo se llamaba. Pregunté, porque a fuerza de ir, he conocido a unas pocas mujeres que van también por allí, y nadie sabía quién lo había escrito. Será de otro día, me dijo una, porque, claro, nosotras venimos aquí los días veintinueve, pero no podemos saber las que vienen en otras fechas... Total, que desde entonces lo escribo yo también. Escribo Mateo Fernández Muñoz todos los meses, y escribo 1915, una rayita, 1939, y también sé que lo borran enseguida, pero para poder borrarlo, antes tienen que leerlo. ¡Qué se jodan! Porque lo que quieren es que Mateo no haya vivido nunca, eso es lo que quieren, ¿lo entendéis?..."
Quiero simbólicamente añadir dos nombres a esa tapia. El de mi abuelo, Leonardo Alba Juárez-1947, al que los meses en la cárcel prepararon su corazón para quebrarse; el del tío de mi padre, Sixto Pérez Alba-1990, que durante toda su vida llevó las huellas de los campos de concentración franceses.
Pero antes de escribir los versos que intentan colorear el amor, los sentimientos y el dilema de Álvaro y Raquel, protagonistas de la novela, quisiera recoger aquí unos párrafos que me han conmovido. Aquellas personas que tras leer estas líneas aún sigan poniendo "peros" a la memoria histórica (incluida la ley) es que o son insensibles a los sentimientos de los demás, o no valoran la suerte de no haberse encontrado en una situación semejante.
Esperando que ninguno tengamos que vivir nada parecido, os ruego unos momentos de reflexión que nos conduzcan a poner de nuestra parte todo lo posible para que algo así no se vuelva a vivir.
Ignacio y Raquel visitan en 1964 a su tía en Madrid, durante su viaje de fin de estudios. Son nietos e hijos de exiliados republicanos en Francia. Casilda les cuenta que tras la guerra civil y el fusilamiento de su marido (matrimonio civil) ...
"Yo no pude vestirme de luto cuando volví a Madrid. En mi barrio me conocía todo el mundo y yo... Fui una cobarde, no me atreví. El segundo día que salí a la calle vestida de negro, un policía que vivía en la casa de al lado me llevó a una comisaría y me preguntó cómo podía yo saber por quién llevaba luto, si era una puta que iba desnuda debajo del mono y me acostaba con cualquiera y luego... ¡bah!, para que os voy a contar lo que me dijeron luego. Yo no podía ir vestida de negro, ¿comprendéis?, nosotras no, sólo ellas, sus viudas. Y yo, con lo fiera que había sido siempre, con lo fiera que era sólo unos meses antes, fui una cobarde, una cobarde y no me atreví..."
Cuando la consuelan diciéndole que eso no importa, que el luto no significa nada, contesta:
"Sí, sí que importa. A mí me importaba. Pero yo también tenía mucho miedo, y un crío recién nacido, así que... Por eso, ahora me visto de luto, a escondidas, sí, pero sólo para no tener un disgusto con mi marido. Me llevo la ropa al trabajo y me cambio antes de salir. Mi hijo lo sabe y dice que estoy loca, pero a mí me da igual. Yo me visto de negro, me compro un ramo de flores bien grande, con lo poco que gano, pero me lo compro, y a la hora de comer, me voy al cementerio, dejo las flores en la tapia y me estoy allí un rato, hasta que me echan, porque antes o después viene un guardia a echarme, circule, señora, circule... Eso dice, y sé que las flores no duran nada, que se las llevan ellos. Se las regalarán a sus mujeres, me imagino, a sus novias, pero a mí me da igual. Yo sigo comprando flores, para que se jodan, y las sigo dejando en la pared donde lo fusilaron, para que se jodan, y me sigo vistiendo de negro para que se jodan, para que se jodan, para que se jodan... Una vez, hace ya casi diez años, vi un nombre escrito en la tapia, con tiza, Victoriano López Aguilera. Eso tampoco se me olvida, no sé quién fue ese hombre, pero jamás se me olvidará cómo se llamaba. Pregunté, porque a fuerza de ir, he conocido a unas pocas mujeres que van también por allí, y nadie sabía quién lo había escrito. Será de otro día, me dijo una, porque, claro, nosotras venimos aquí los días veintinueve, pero no podemos saber las que vienen en otras fechas... Total, que desde entonces lo escribo yo también. Escribo Mateo Fernández Muñoz todos los meses, y escribo 1915, una rayita, 1939, y también sé que lo borran enseguida, pero para poder borrarlo, antes tienen que leerlo. ¡Qué se jodan! Porque lo que quieren es que Mateo no haya vivido nunca, eso es lo que quieren, ¿lo entendéis?..."
Quiero simbólicamente añadir dos nombres a esa tapia. El de mi abuelo, Leonardo Alba Juárez-1947, al que los meses en la cárcel prepararon su corazón para quebrarse; el del tío de mi padre, Sixto Pérez Alba-1990, que durante toda su vida llevó las huellas de los campos de concentración franceses.